Hace muchos siglos, en la mítica tierra de Arcadia, reinaba un hombre poderoso y astuto llamado Lycaon. Nacido en una familia noble, Lycaon ascendió al trono como el Rey de Arcadia en una época en que los dioses caminaban entre los mortales. Su reinado se caracterizó por su ambición desmedida y su falta de respeto hacia los seres divinos.
La fama de Lycaon se extendía por toda Grecia y más allá. Pero era su arrogancia y su deseo de desafiar a los mismos dioses lo que lo distinguía. En su palacio, ubicado en las majestuosas colinas de Arcadia, Lycaon organizaba banquetes suntuosos y celebraba su supuesta superioridad sobre los dioses. Sus actos de insolencia no pasaron desapercibidos para Zeus, el padre de los dioses y gobernante del Olimpo.
Zeus, intrigado por los rumores de la osadía de Lycaon, decidió visitar Arcadia en persona y poner a prueba la hospitalidad del rey. Disfrazado como un simple mortal, se presentó en el palacio de Lycaon. Sin embargo, el astuto rey ya había ideado un plan malicioso para probar la verdadera identidad de su visitante.
En el corazón de la cena, Lycaon presentó un plato que contenía la carne de su propio hijo, Níctimo. Con esto, esperaba probar la supuesta omnisciencia de Zeus, pensando que el dios no sería capaz de distinguir la carne humana de la de cualquier otro animal. Pero Zeus, en su sabiduría divina, reconoció de inmediato el acto atroz y se enfureció.
Ante la vileza y la arrogancia de Lycaon, Zeus decidió impartir un castigo ejemplar. Con un rayo, transformó al rey en una criatura mitad hombre y mitad lobo. Lycaon se convirtió en el primer licántropo, un ser conocido como hombre lobo. Su cuerpo se deformó, su piel se cubrió de pelo oscuro y sus ojos brillaron con una ferocidad bestial.
De esta manera, Lycaon fue desterrado a los bosques de Arcadia, condenado a vagar como una bestia salvaje por el resto de sus días. La leyenda cuenta que sus descendientes heredaron su maldición, convirtiéndose en licántropos cuando la luna llena iluminaba los cielos.
Hasta el día de hoy, el mito de Lycaon ha perdurado en la memoria de los pueblos, quienes relatan historias de hombres que se transforman en feroces lobos bajo la influencia lunar. La figura de Lycaon, el rey convertido en criatura, se ha convertido en una advertencia contra la arrogancia y la falta de respeto hacia los dioses.
Arcadia, en su conjunto, lleva el recuerdo de su antiguo rey, manteniendo vivo el legado de Lycaon como una lección moral para las generaciones venideras. Los ecos de su historia perduran en los bosques oscuros de Arcadia, donde se dice que los aullidos de Lycaon, ahora convertido en hombre lobo, aún se escuchan en las noches de luna llena, recordándonos los peligros de desafiar a los dioses y las consecuencias de la arrogancia desmedida.
La maldición que pesa sobre él le otorga habilidades sobrenaturales, pero no sin un alto precio. La Habilidad Maldición Licántropa de Lycaon le impide ser sanado durante la batalla, aunque cada vez que recibe algún tipo de curación, no recupera puntos de vida. En cambio, esta energía sanadora se transforma en un aumento momentáneo de su defensa, así como de su poder ofensivo. Su ira desatada hace que soporte incluso el golpe más letal, quedando con tan solo 1 punto de vida una vez por batalla. Fuera del combate, Lycaon puede ser curado de forma normal.
Los sentidos agudos y salvajes de Lycaon, fruto de su transformación en una criatura licántropa, lo dotan de una habilidad sobrenatural para detectar a sus enemigos en cualquier circunstancia, incluso cuando estos se encuentran ocultos por habilidades de invisibilidad. Además, esta conexión primordial con su forma animal le concede a Lycaon una agilidad sin igual, permitiéndole evadir con maestría los ataques físicos de sus adversarios. En el campo de batalla, sus sentidos se agudizan y sus movimientos se vuelven fluidos y veloces, mientras su mirada feroz y sus oídos atentos detectan hasta el más mínimo indicio de peligro, convirtiendo a Lycaon en una presencia temible y elusiva.
En las profundidades de la leyenda se encuentran los Instintos Lupinos de Lycaon, una habilidad pasiva que despierta cuando su vida está en peligro. Como un recordatorio sombrío de su castigo divino, Lycaon puede canalizar sus instintos primarios, desatando reservas ocultas de fuerza y velocidad. Cuanto más disminuye sus puntos de salud, más poderosos se vuelven estos instintos, otorgándole la posibilidad de realizar un movimiento adicional en cada turno. En el fragor de la batalla, los ojos de Lycaon se iluminan con una ferocidad inhumana y su cuerpo se envuelve en una aura salvaje y siniestra, mientras sus garras se alargan y su velocidad se multiplica, permitiéndole moverse con una agilidad y destreza sobrehumanas.
Con un aullido salvaje que evoca el dominio ancestral de los lobos, Lycaon envuelve a todos los enemigos cercanos en una aura de temor y desesperación. Además de disminuir la defensa física de sus oponentes, el aullido puede incluso infundir miedo en aquellos que ya están debilitados, causando un terror innegable en sus corazones. En el fragor de la batalla, el aullido resonante de Lycaon trae a la mente la visión de un depredador imparable, sus fauces abiertas y sus ojos fulgurantes, mientras los enemigos tiemblan ante su presencia dominante.
Con su ingenio maquiavélico, Lycaon confunde y desestabiliza a sus enemigos, recordándoles la mismísima artimaña que alguna vez utilizó para intentar burlar al mismísimo Zeus. Al utilizar esta habilidad, Lycaon desencadena un caos estratégico en el campo de batalla, interrumpiendo la formación enemiga y forzando su dispersión. Además, aquellos afectados por la Treta de Lycaon no podran moverse cuando les llegue el turno, impidiéndoles reposicionarse de manera efectiva. Mientras tanto, en el fragor de la batalla, el aura de engaño y traición se materializa en una neblina sutil y misteriosa que envuelve a Lycaon, mientras los enemigos se confunden y desorientan, perdiendo su sentido de dirección y cohesión en el campo de batalla.
Con su astucia y habilidad para engañar, Lycaon desata el poder de su técnica más temida: el "Puño del Engaño". Con un gesto maestro, crea un puño ilusorio que atraviesa los vientos, confundiendo y distrayendo a sus enemigos. Este golpe de viento falso, además de infligir daño físico, posee la capacidad de mermar la puntería y la velocidad del enemigo, sembrando la desesperación en las filas contrarias. En medio del caos del campo de batalla, la ilusión del puño de viento parece real, una amenaza latente que engaña incluso a los más avezados guerreros.
Con un aura salvaje y feral, invoca un tridente doble de la mismísima armería olímpica, portador del poder de los lobos. Sus ojos brillan con ferocidad mientras se abalanza sobre su presa, lanzando un devastador ataque físico con una fuerza imparable. El impacto de su embate deja un rastro de caos y destrucción a su paso. El enemigo se encuentra atrapado en el torbellino de ataques del rey convertido en criatura lobo, mientras su carne es desgarrada por el poder desenfrenado de los dientes y las garras. La Cacería de Lycaon es una habilidad temible y letal, capaz de causar daños extremos y, con la furia de los lobos, también puede desencadenar sangrado en su presa, asegurando su eventual caída en el campo de batalla.
Lycaon canaliza su poder sobrenatural y lo lanza hacia sus enemigos a distancia, causando daño considerable y dejando un rastro de fuerza tempestuosa a su paso. Los vientos furiosos se enredan en sus garras y, con un aullido salvaje, Lycaon libera su poder, desatando un golpe de viento que arrasa con todo lo que se interpone en su camino.
desencadena un ataque salvaje donde Lycaon libera todo su poder en un veloz y brutal movimiento de sus garras. El impacto de su ataque causa un daño considerable, desgarrando a sus enemigos y dejando su marca siniestra en el campo de batalla.